Resulta inquietante notar cómo la mayoría de los ciudadanos no se da cuenta de que los bienes públicos son en realidad de cada uno de ellos.

Se suele pensar que esos bienes son “de todos”, que en palabras más directas parecería ser “de nadie”. Es por esa falta de concientización que “nadie” parece cuidarlos como si fueran propios.

Calles sucias, estatuas rotas, paredes pintarrajeadas, vagones de tren sin ventanilla – o lo que es peor, con los asientos destruidos -, teléfonos inservibles, tachos de basura quemados, luces apedreadas, bancos de plazas arrancados, son sólo una muestra de lo que sucede.

En la Ciudad de Buenos Aires, actualmente se reemplazan obras y monumentos por réplicas, ya que no sólo está el peligro de que los rompan o deterioren, sino peor, que se los roben, ya que hay casi setenta ataques diarios a la propiedad pública.

Me viene a la memoria la estatua de Olmedo y Portales, ubicada en la Avenida Corrientes, esquina Uruguay. Apenas colocada fue objeto de adoración por locales y turistas que se sentaban junto a ellos a tomarse fotos. Pero lamentablemente también fue objeto del vandalismo, que en reiteradas ocasiones la dañó, ya sea pintándola o cortándola.

¿Dejaríamos que nuestros hijos – o sus amigos – destrozaran nuestra casa, cortando sillones, ensuciando el piso, pintando dibujos en las paredes? Seguro que no.

Tenemos que aprender a considerar los bienes públicos como propios.

Pero el tema no termina allí, ya que a lo roto hay que repararlo. La recuperación de los destrozos generados por el vandalismo cuesta, sólo en la ciudad de Buenos Aires, catorce millones de pesos.

Es decir, catorce millones de pesos de impuestos dedicados a esto. Parece mucho, sobre todo cuando de no existir ese gasto se podría destinar ese dinero a otros fines.

Pero no. En lugar de sumar –y que lo invertido se vea reflejado en una mejora – se hace necesario arreglar lo ya existente, con lo que el progreso resulta dificultoso.

La falta de cuidado ciudadano hace que en las plazas sea necesario tener guardianes o colocar rejas, con los perjuicios que esto trae.

Resulta especialmente triste ver el monumento y fuente de la Plaza Congreso enrejado para cuidarlo. ¿Es que no sabemos vivir en sociedad? ¿Cuándo se perdió el respeto por lo público? ¿Por qué destrozar lo que está puesto para nuestro beneficio? ¿Por qué otras sociedades cuidan y respetan lo público y nosotros no?

Podríamos analizar muchos aspectos, comenzando por el cultural y terminando en el penal – contravencional. Pero el más importante – para comenzar- es volver a sentirnos ciudadanos, para así volver a defender lo nuestro y poder recuperar el espacio público en beneficio de todos.